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Término griego (para-diseos) que proviene de una raíz persa, "paradaysa", que significa huerto, jardín, vergel.
La existencia de un paraíso inicial en el mundo y el destino "paradisíaco" del hombre es idea que subyace en muchas relgiones de ascendencia oriental (judaísmo, mahometismo, cristianismo). Se sospecha que fue puesto el hombre en jardín al ser creado y que será llevado de nuevo a ese lugar si adquiere méritos de bien obrar en esta vida.
En la Escritura aparece no sólo para definir el lugar de delicias donde fue situado el primer hombre (Gen. 3.10 y 3.25), sino indicar la relación personal del Creador con la criatura humana. Se alude a él con satisfacción (Cant. 4. 13; Ecle. 2. 5; Neh. 2. 8; Ez. 28. 13).
La primera idea del Génesis se identifica con un regalo, al estilo de los jardines de los reyes persas en los entornos de sus palacios: Joel 2.3; Ez. 31.9; Is. 51.3; Eclo. 48.27. Yaweh bajaba a pasear en el "paraíso terrenal"; y en él nada faltaba para la felicidad de Adán y Eva. La idea se continúa en el Nuevo Testamento, en las tres veces en que se emplea el término "paradeseos" (Lc. 23. 43; 2 Cor. 12. 4; Apoc. 2. 7). Pero estas tres referencias aluden no a un jardín, ni al cielo (uranos), sino al más allá, a un paraíso misterioso y escatológico. Fue el que prometió Jesús al buen ladrón, el que S. Pablo creyó haber visitado cuando fue arrebatado, el que guarda el nuevo árbol de la vida que Juan promete a los seguidores del Cordero. Esos tres textos reflejan el verdadero signo misterioso del paraíso cristiano, del cual el terrenal y todos los demás jardines de la tierra sólo son figuras y estímulos éticos y místicos.
En la educación cristiana del creyente, es conveniente hablar del paraíso metafórico para llegar al escatológico. Y, en la medida de las capacidades de abstracción del catequizando, hay que orientar su reflexión hacia el paraíso trascendente, el de la cercanía con Dios. Se debe superar el antropomorfismo y suscitar la dimensión mesiánica de la salvación. El paraíso es la "vida eterna" y ella consiste en conocer y amar a Dios y a su Cristo (Jn 17,3). Se nos dio a los hombres, lo destruyó el pecado, le restauró Cristo, los esperamos los caminantes de la vida. No está reñido ese paraíso con la idea de placer, pero no se reduce al gozo sensorial; entonces no habrá sentidos.
Con todo, no hay que exagerar la presentación mística, teológica, escatológica y abstractiva. Es bueno alabar las figuras: las del jardín de delicias, las del cielo lleno de maravillas, la del hogar acogedor y eterno. Pero conviene disponer el espíritu para seguir caminando hacia ese paraíso eterno y grandioso en el cual todos los hijos de Dios esperan llegar.
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